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Invitación a la InquisiciónAscanio Cavallo, Consejero PROhumana Hay que admitir que la decisión del Presidente ha sido tan valiente como atrevida. Ha invitado a la Inquisición a la casa de los pecadores. El gobierno de Chile será emplazado, desde dentro y desde fuera, a hacerse cargo del cuasi desastre ecológico de Quintero-Puchuncaví, a eliminar todas sus energías fósiles, a castigar a sus mineros y a reducir la contaminación de sus ciudades. Le dirán que tiene normas anticuadas y hasta poco respeto por las tumbas de sus antepasados. Prácticamente no ha existido, después del “equilibrio del terror” de la Guerra Fría, cuando llegó a existir un margen de 20 minutos para la destrucción atómica del mundo, ninguna amenaza mayor que la del cambio climático de origen antrópico, es decir, esa especie de insurrección del clima en contra de su propia predictibilidad debido a las alteraciones del ecosistema producidas por los hombres. Es un tipo de amenaza de proporciones tan vastas, que ni siquiera se puede tener certezas sobre sus efectos reales; apenas la idea de que, si ocurren, serían tremendos, catastróficos. Quizás este sea el tipo de amenaza que ha necesitado desarrollar una sociedad que vive una mutación de alcances también desconocidos; una angustia, digamos, a la medida de sus nuevas incertidumbres. La extraña lógica con que Richard Buckminster Fuller escribió hace medio siglo su Manual operativo para la nave espacial Tierra, subrayando que el único lugar habitable del universo necesitaba de cuidados también únicos, ha dejado de ser excéntrica. Sin entrar en la dimensión existencial del asunto, hoy se da por hecho que no creer que puede estar en curso una transformación del clima con efectos devastadores ya dejó de ser una opinión legítima: ahora solo es irresponsable. Preguntar a la diplomacia brasileña qué precio está teniendo la desafiante negativa de su presidente. Dado que no se puede tampoco dar por seguro que un conjunto de medidas alcanzará a detener un proceso que muchos consideran ya en curso, es preciso entrar en un análisis detallado de los riesgos para desarrollar políticas adecuadas. Una de las principales lecciones del peligro climático es que nada es inocuo. Todo tiene consecuencias. Es escasamente útil que un conjunto de políticos se encierre a imaginar qué cosas podrían sonar mejor a los oídos alarmados de algún grupo de redes sociales. Los gobiernos ya no pueden ser cambio-escépticos, pero tampoco cambio-histéricos. Todo esto es un poco más serio. Uno de los más calificados especialistas chilenos, el economista Rodrigo Jiliberto, ha propuesto la noción de “riesgo estructural” o “metarriesgo” para afrontar la creación de esas políticas y generar las condiciones para que la gente pueda “adaptarse” a los efectos de posibles cambios (Chile y el cambio climático, FES, 2019). Esto es casi lo opuesto del tradicional “riesgo operativo”. Se trata de una manera de entender el riesgo enteramente nueva, con otros parámetros y otros cálculos. Esta es, ni más ni menos, la ancha puerta que se le ha abierto al gobierno de Piñera: de entrada y de salida al mismo tiempo, de oportunidad y de peligro. Retrocedamos: el año pasado, el recién asumido gobierno de Jair Bolsonaro declinó organizar en Brasil la COP25, como estaba previsto, porque, además de no creer en el problema, tendría que dar demasiadas explicaciones por el Plan Barão con que busca explotar la Amazonía. Es posible que Bolsonaro pensara que esa era una estocada decisiva, porque la COP24, en Katowice, había sido un fracaso en casi todo -en parte, debido al mismo Brasil-, salvo en la promoción de la electromovilidad. Y ocurrió que, por petición de la ONU, Piñera aceptó el desafío a pesar de tener solo 10 meses para organizarlo. Consiguió algunas compensaciones en los costos financieros y asumió un gran riesgo de imagen: que la COP25 fuese irrelevante como lo han sido casi todas, excepto la de París (COP21, del 2015, cuando Francia debió extremar todos sus esfuerzos diplomáticos para evitar el sabotaje de países como… Bolivia), que puso las metas de reducción de emisiones de efecto invernadero. Contra todo lo esperable, en el viaje de esta semana a la ONU, Piñera consiguió compromisos para acercar drásticamente las metas sobre emisiones y apoyos más que suficientes como para conseguir que sea un encuentro memorable. Esto ha cambiado drásticamente el enfoque oficial de la COP25. Hay que admitir que la decisión del Presidente ha sido tan valiente como atrevida. Ha invitado a la Inquisición a la casa de los pecadores. El gobierno de Chile será emplazado, desde dentro y desde fuera, a hacerse cargo del cuasi desastre ecológico de Quintero-Puchuncaví, a eliminar todas sus energías fósiles, a castigar a sus mineros y a reducir la contaminación de sus ciudades. Le dirán que tiene normas anticuadas y hasta poco respeto por las tumbas de sus antepasados. Y que no cumple con lo que dice. Y la niña activista Greta Thunberg, la Torquemada del siglo XXI, quizás lo acuse de freír a los niños chilenos del futuro. Pero habrá colocado a Chile con un protagonismo inaudito en el mapa global del cambio climático y quizás también a sí mismo como un presidente adelantado a sus tiempos, el que exigió a los empresarios e inversionistas apurarse, correr, adelantarse a las exigencias de la incertidumbre. (Con más de un año de retraso, algunos políticos de derecha que parecen ansiosos de buscar ideas fuera de la derecha, han pergeñado recién que quizás podrían tomar la bandera del clima, algo que Giovanni Sartori, uno de los últimos grandes de la socialdemocracia italiana, le había sugerido a la izquierda antes de morirse, en el año 2017). No cabe duda de que Piñera ha podido utilizar el desproporcionado prestigio que Chile tiene en el foro global. Pero también lo ha alimentado, en parte, porque allí sí respira un cierto aire de grandeza, y en parte porque calza con su gusto personal. No se reflejará en las encuestas, no tendrá un punto más de aprobación. Pero nadie en Sudamérica estuvo dispuesto a atreverse del mismo modo, sin un evidente rédito en la política interna. ¿Por qué razón? Tucídides podría responder: “Lo único que no envejece, en efecto, es el amor a la gloria”. Texto vía La Tercera |